abril 19, 2024

«‘Cien años de soledad’ es una larga telenovela disfrazada de literatura sofisticada»

Las telenovelas han hecho parte del paisaje televisivo latinoamericano por décadas: de la pionera «Simplemente María» a la globalizada «Betty, la fea» o la más moderna «Rosario Tijeras», pasando por éxitos rotundos como «Los ricos también lloran», «Cristal» y más.

Y aunque los títulos y los méritos abundan, lo cierto es que este género popular con frecuencia ha sido visto con cierto recelo por sus melodramas exagerados y sus insólitos recorridos argumentales.

En los últimos años, académicos e investigadores se han dedicado a estudiar este fenómeno bajo otra luz.

Uno de ellos es Ilan Stavans, ensayista mexicano y profesor de Amherst College, en el estado de Massachusetts, que durante muchos años tuvo contacto con las telenovelas y ahora las disecciona con su instrumental de lingüista y analista de las culturas latinoamericana y latina.

En su ensayo «La máquina del melodrama», publicado en el Latin America Research Review, Stavans habla de la importancia de este género, pero sobre todo de cómo ha servido de vehículo de expresión para un continente entero.

A pesar de su admiración por el género, usted no es sutil en su opinión sobre las telenovelas y sobre el melodrama. Señala que lo que hace el melodrama es «dar a la audiencia lo que quiere en lugar de enseñarle a la audiencia a querer algo diferente». ¿Por qué lo dice?

Porque la telenovela se basa en una fórmula complaciente. No es una fórmula de vanguardia. Es una fórmula comercial de empaquetar las emociones y proveerlas a un público que las necesita y que las usa para escaparse de la realidad.

Eso no significa que no haya algunos artistas, pero incluso la palabra artista no entra del todo para describir a los creadores de las telenovelas. Hay artistas que tratan de romper con ciertos patrones y hacer algo más experimental, pero es demasiada la presión mercantil. Lo que quieren los productores es el gran público hipnotizado, atontado, que llore, que ría, que sufra y que regrese al día siguiente a la misma hora.

No es para el público pensante. Y yo creo que si nos aproximamos a la telenovela con la pregunta de ‘¿por qué no nos hace pensar?’, estamos viéndola como un fenómeno equivocado.

La telenovela no es el lugar para pensar. Es el lugar para sentir, para llorar, para sufrir. Y desde la época de los clásicos de Eurípides, de Esquilo, el teatro ha cumplido esa función de permitirle a la gente llorar y sufrir. No siempre hay que sublimar las emociones. Y por eso las telenovelas son tan importantes.

Pero usted también dice que uno «sale satisfecho, pero sucio e impuro» después de ver una telenovela…

Lo que produce la telenovela es un empalagamiento de emociones, una sensación de que el sufrimiento que tú tienes no es tuyo solo, sino que a otros les está pasando y que tú puedes empatizar y simpatizar con el odio de los demás, el rencor, la riña, las emociones más básicas y más criminales y descubrir que no son solo tuyas.

Y hay algo que tienen los alemanes en ese concepto de «Schadenfreude» (obtener placer de los infortunios de otra persona), que es reconocer: qué bueno que el otro sufra también.

Yo creo que esa es la gran máquina de las emociones que tiene la telenovela, y que tiene cierto cine comercial también y cierta novela literaria de pacotilla que se consigue en supermercados.

También los periódicos más amarillistas. Se trata de un arte muy mercantilizado, que siempre ha estado presente, pero que las telenovelas han sabido industrializar muy bien.

¿Parte entonces de que el melodrama es un exceso, distinto del drama?

Yo creo que hay una diferencia entre drama y melodrama.

El drama es el estudio a través del arte de cómo reaccionan los seres humanos a nivel emocional.

El melodrama es el abuso de ese estudio, la indulgencia, ir más allá de simplemente entender para gozar con las emociones extremas y mostrárselas al público, para apelar a los elementos más básicos que todos tenemos.

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