abril 19, 2024

Cómo el ego de un don nadie destruyó el templo de Artemisa, una de las 7 maravillas del mundo antiguo

El templo de Artemisa era el orgullo de los efesios.

Vivían en su polis —o ciudad-Estado independiente en la antigua Grecia—, cerca de donde está hoy la ciudad portuaria de Esmirna, en Turquía, y la diosa de la caza, los animales salvajes, el terreno virgen, los nacimientos, la virginidad y las doncellas era su patrona.

Según el historiador griego Heródoto, había sido erigido a expensas del fabulosamente rico rey Creso de Lidia y, según el romano Plinio, tenía 127 columnas, 36 de ellas finamente talladas con relieves.

En el centro del que fue uno de los templos griegos más grandes de la historia y el primero construido casi completamente en mármol, se alzaba la colosal figura de Artemisa, hecha en madera ennegrecida.

Era una maravilla… una de las siete del mundo antiguo, que dejó sin aliento hasta a Antípatro de Sidón, autor de la famosa lista:

«He posado mis ojos sobre la muralla de la dulce Babilonia, que es una calzada para carruajes, y la estatua de Zeus de los alfeos, y los jardines colgantes, y el Coloso del Sol, y la enorme obra de las altas Pirámides, y la vasta tumba de Mausolo; pero cuando vi la casa de Artemisa, allí encaramada en las nubes, esas otras maravillas perdieron su brillo, y dije: ‘aparte del Olimpo, el Sol nunca vio algo tan grandioso’«.

Además de sus propósitos religiosos, era un imán que atraía turistas, comerciantes e incluso reyes que le rendían homenaje ofreciendo diversos joyas y otros tesoros, y hasta servía de protección para los perseguidos, pues nadie se atrevería a hacer algo que pudiera profanar el templo.

Pero el 21 de julio de 356 a.C. ocurrió una catástrofe.

Mientras la diosa Artemisa, según el historiador griego Plutarco, estaba ausente del santuario, ayudando en el nacimiento de Alejandro Magno, un hombre llamado Eróstrato o Heróstrato quemó deliberadamente el templo que había tomado más de un siglo construir.

¡Pero ¿por qué?!!!

Fue una tragedia.

En el curso de una noche, todo lo que estaba hecho de madera —el techo, las escaleras, las puertas, los muebles y la adorada imagen de Artemisa— ardió en llamas y a la mañana siguiente estaba reducido a cenizas.

Todo lo que quedaba de un templo que alguna vez fue el más magnífico eran sus columnas humeantes, ennegrecidas y arruinadas.

Eróstrato fue prontamente apresado y confesó que había incendiado el santuario para que «a través de la destrucción de ese edificio tan hermoso, su nombre fuera difundido por todo el mundo«, como relató Valerio Máximo, autor de la colección Factorum et dictorum memorabilium («Hechos y dichos memorables»).

Por el infame acto, además de ser torturado y ejecutado, fue castigado con el olvido, por medio de lo que más tarde se empezó a llamar damnatio memoriae —literalmente «condena de la memoria»—.

Cualquier registro de su existencia fue eliminado y la mera mención de su nombre fue prohibida, bajo pena de muerte.

Por un tiempo, la medida se acató, pero eventualmente Eróstrato logró su objetivo.

A pesar de la damnatio memoriae decretada, el historiador contemporáneo Teopompo mencionó su nombre en una obra escrita ese mismo siglo, de modo que, a pesar de que poco sabemos de él, nunca fue olvidado.

Más que recordado

Eróstrato saltó de los libros de historia a otras esferas.

En la literatura, varios grandes como Victor Hugo, Antón Chéjov, Jean-Paul Sartre, Miguel de Unamuno y hasta aquel ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra, violaron la «condena de la memoria».

En el poema onírico inacabado «La casa de la fama» de Chaucer del siglo XIV, aparece presentando su caso frente a la musa Calíope, quien está escuchando súplicas en su corte de la fama.

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