abril 25, 2024

Hay que haber sufrido mucho para que con solo 20 años se le tenga más miedo a la vida que a la muerte.

Tomado BBC

Así se siente Aleixo Paz, un joven español acostumbrado al dolor y a los «días de mierda» desde los ocho años.

Fue a esa edad cuando se le quemó el 90% de su cuerpo en un accidente fatal.

Iba dormido en el camión cisterna de su padre que transportaba miles de litros de gasóleo. El camión chocó, el combustible se dispersó. El niño se despertó ardiendo en llamas. Sobrevivió de milagro.

Ha pasado muchos años entre la casa y el hospital. Decenas de operaciones, injertos de piel, dolores, pesadillas y rabia, mucha rabia.

«Yo me levanto cada día por la rabia que llevo dentro. Es lo único por lo que sigo vivo, por lo que he aguantado y sigo aguantando y que ahora descargo rapeando, haciendo música», me dice Aleixo por teléfono.

Los medios y la gente le solicitan y halagan porque hace unos días su historia se hizo pública a través de un documental: «El niño de fuego».

Filmarle costó mucho, dice su director, Ignacio Acconcia.

A Aleixo no le gustan los sitos públicos ni que le miren mucho. Es desconfiado. Le cuesta abrirse. Aun menos le gustaba que una cámara le estuviese siguiendo durante varios años.

De Aleixo no esperen un cuento de superación. Tampoco esperen frases automotivadoras. Él no ha superado nada desde el accidente.

Lo que van a leer es un testimonio duro, pero es así cómo ve la vida.

El niño de fuego lleva una década prácticamente a ocultas. Ahora se descubre sin filtros. A veces la vida es cruda. Él no pretende disimularlo.

«Tío, despiértate, esto no te cambia en nada»

«¿Que si me tenéis harto los periodistas con tanta entrevista? No, para nada, no te preocupes. De hecho lo llevo cada vez mejor, pero no estoy acostumbrado a tanto.

De cierto modo me gusta que la gente que ha conocido mi vida con el documental venga y me diga que mi historia les ha ayudado o que están escuchando mis canciones.

Que el documental se llamara «El niño de fuego» y que luego se convirtiera en mi apodo no me hacía ninguna gracia, pero ya me acostumbré e incluso me gusta por la repercusión que ha tenido.

Oye, que venga gente y te dé las gracias, quieras que no, te acaba influyendo.

Lo que pasa es que con tanto halago a veces me confundo y me engaño a mí mismo. Incluso llego a pensar que mi vida puede ir a mejor.

Luego vuelvo a la realidad y tengo que decirme a mí mismo: ‘Pero tío, despiértate, que esto en verdad no te cambia en nada’.

Lo único que me reconforta es que la gente se sienta mejor tras conocerme.

«Yo no he superado nada»


Tampoco quiero que las personas se equivoquen y me vean como ejemplo de superación. Yo no he superado absolutamente nada. Yo aguanto lo que me toca vivir, como todo el mundo. A cada uno le toca lo suyo.

Así que si alguien ve alguna fuerza o ejemplo de superación en mí, que no se equivoquen, mi única fuerza es aguantar.

Y si aguanto no es por otra cosa que por toda la rabia que tengo dentro. Es lo que más me mueve, por lo que sigo vivo.

Que la gente no se engañe pensando que yo he hecho algo con mi vida porque realmente no es así.

Y me da igual lo que piensen quienes me quieren ver feliz y salir adelante. Yo no veo por qué tenga que ser así.

Ya te dije que a veces me engaño a mí mismo y pienso que mi vida puede ir a mejor. Pero por mucho que me mienta, mi salud no es ninguna maravilla.

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