mayo 8, 2024

Cosas que quizás no sabes sobre la historia de la Bastilla y su toma, el evento que cambió a Europa para siempre

Cada 14 de julio muchos franceses desempolvan su bandera tricolor y salen a las calles para celebrar el que consideran el día más importante del año.

En la mañana se organiza un pomposo desfile militar sobre la célebre avenida de los Champs Elysées y más tarde, con la puesta del sol, la torre Eiffel ofrece un espectáculo de fuegos artificiales sincronizados con una mezcla de música clásica y hits del momento que los parisinos observan con botellas de champán desde todos los rincones de la ciudad.

Sin embargo, el 14 juillet tiene su origen en un evento un poco menos festivo: la inesperada y violenta toma de una fortaleza medieval conocida como la Bastilla hace más de dos siglos, en 1789.

Fue un momento decisivo en la historia universal, que marcó el inicio de la Revolución francesa y con ella el principio del fin de una de las monarquías más poderosas de la época.

Asimismo generó cambios en las sociedades europeas y en todo el mundo, sirviéndoles de inspiración a muchas otras iniciativas revolucionarias, como la ola independentista que comenzaría un par de décadas más tarde en América Latina.

El 25 de agosto de 1788 Jacques Necker fue designado ministro de Finanzas del rey Luis XVI, pero su destitución casi un año después provocó descontento y animó a los parisinos a tomar las armas.

A principios de 1789, Francia atravesaba una gran crisis financiera causada por la enorme deuda del país y el incesante gasto de la monarquía en conflictos con Inglaterra.

Para hacerle frente, el rey convocó en mayo una asamblea general extraordinaria en Versalles con representantes de los tres estratos de la sociedad francesa de la época: el clero, la nobleza el pueblo llano o tercer estado.

Los ingresos del tercer estado, la clase menos privilegiada, se habían visto disminuidos tras un alza de impuestos cuyo objetivo era ayudar a aliviar la deuda.

En aquella asamblea, Necker se mostró favorable a la idea de darle al tercer estado una representación acorde a su importancia demográfica, oponiéndose a que las tres órdenes tuvieran una voz igualitaria.

Esta propuesta no les gustó ni a la nobleza ni al clero, minoritarios pero muy poderosos, y la consideraron una traición.

Por eso, el rey Luis XVI decidió despedirlo el 11 de julio.

La noticia de su salida encendió las calles de París. El pueblo lo veía como el único consejero que pensaba en ellos y temía las consecuencias de perder a un «ministro patriota».

El periodista revolucionario Camille Desmoulins invitó el día siguiente a los parisinos a protestar frente al Palacio Real, pero fueron dispersados con fuerza.

Y esto irritó aun más a los franceses. En los días posteriores la capital vivió violentos saqueos, hasta que el 14 de julio los revolucionarios decidieron tomar las armas y se dirigieron a la fortaleza de la Bastilla.

Poco sabían que ese día comenzaría una gran revolución.

Desde el siglo XIV la Bastilla había sido una de las cárceles favoritas de los reyes, aunque en los años anteriores a su asalto estaba ya en decadencia.

Tanto era así que la monarquía había considerado cerrarla y aquel 14 de julio la fortaleza medieval sólo albergaba siete prisioneros.

Cuatro eran delicuentes menores que se encontraban allí mientras se procesaban las denuncias presentadas en su contra por falsificación de letras de cambio.

Sus nombres eran Jean La Corrège, Jean Béchade, Bernard Laroche, también conocido como Beausablon, y Jean-Antoine Pujade. Poco después de ser liberados por los revolucionarios, las autoridades los atraparían y los enviarían a otra prisión.

Entre los reclusos también estaba Hubert, conde de Solages, que había sido encarcelado a pedido de su familia por «crímenes atroces» y una «acción monstruosa».

Se decía que él y su hermana Pauline habían cometido incesto y que su familia pagaba periódicamente una suma de dinero para asegurarse de que no fuera liberado.

Los últimos dos presos de la Bastilla eran James Francis Xavier Whyte, conde de Malleville, y Auguste-Claude Tavernier, quienes también habían sido puestos bajo llave a pedido de sus respectivas familias, que alegaban que estaban dementes.

Y no una, sino dos veces.

Con apenas 23 años, el escritor y filósofo francés François-Marie Arouet, mejor conocido como Voltaire, fue enviado a la Bastilla en 1717 por orden de la monarquía.

Había escrito versos satíricos sobre una supuesta historia amorosa entre el duque Felipe II de Orleans y una de sus hijas, y le fue impuesta una pena de 11 meses de prisión.

Marcado por su paso por la cárcel, a su salida adoptó el seudónimo de Voltaire y se dedicó a escribir poesía y otro tipo de textos.

Pero en 1726 regresó al recinto por dos semanas tras haber tenido un pequeño altercado con el caballero Guy-Auguste de Rohan-Chabot, conocido por su arrogancia.

La poderosa familia de Rohan-Chabot obtuvo una orden del rey y envió a la cárcel a Voltaire como represalia.

Luego de tal humillación, el ahora célebre escritor fue obligado a exiliarse en Inglaterra por dos años.

Inmediatamente después de su toma, un tal Pierre-François Palloy, maestro albañil y contratista de obras, tomó la iniciativa de organizar y supervisar la destrucción de la Bastilla.

Así trascendió como una de las figuras más destacadas del inicio de la Revolución francesa y esa misma noche, con la ayuda de unos 400 trabajadores, comenzaron las obras de demolición.

Un par de meses después, el secretario de la Asamblea Nacional Constituyente, Joseph Ignace Guillotin, propuso un proyecto de reforma para hacer que las infracciones de cierta naturaleza fueran «castigadas con la misma clase de penas».

Y propuso el uso de un dispositivo mecánico para las penas de muerte.

Así nació la guillotina francesa en la que morirían la reina María Antonieta y el rey años más tarde.

A lo largo de la Revolución francesa, el artefacto fue instalado en varias plazas parisinas, como la plaza de la Revolución en 1793 y 1794 (hoy plaza de la Concordia), en donde fue decapitada la familia real francesa, y la plaza de la Bastilla en junio de 1794, en donde ya no quedaba ni rastro de la antigua construcción medieval.

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