abril 26, 2024

Oscar Tusquets: «Esta pandemia nos va a hacer más tontos, estoy seguro»

Arquitecto, diseñador, pintor, escritor, Oscar Tusquets (Barcelona, 1941) es una especie de hombre del Renacimiento que domina numerosas artes y saberes.

Su trayectoria profesional está jalonada con numerosos premios, que incluyen en España el Nacional de Diseño y la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, y en Francia, la insignia de Caballero de la Orden de las Artes y las Letras.

Y entre las obras arquitectónicas que llevan su nombre destacan la remodelación del Palau de la Música en Barcelona (declarado por la UNESCO patrimonio de la humanidad), la estación Toledo del metro de Nápoles, y el auditorio Alfredo Kraus en Las Palmas de Gran Canaria.

Pero más allá de todo eso, más allá de la vida tan plena y enriquecedora que ha tenido y de toda la gente que ha conocido (desde Dalí a Gabriel García Márquez, pasando por un sinfín de nombres), Tusquets es un ser libre e independiente al que no le importa nadar contracorriente.

La prueba está en su último libro, «Vivir no es tan divertido, y envejecer, un coñazo» (Anagrama), un ensayo delicioso que ha terminado de escribir durante la pandemia de coronavirus y en el que, además de repasar su vida, reflexiona sin pelos en la lengua sobre el envejecimiento y la necesidad de aprender a morir.

Dice en el prólogo de su nuevo libro que esta pandemia, además de hacernos más pobres por la crisis económica que ha desatado, también nos va a hacer más tontos…

Así es, nos hará más tontos, estoy seguro. Yo no he oído decir tonterías más grandes que durante estos meses.

He oído culpar de la pandemia al urbanismo, a la mala arquitectura, a la polución -que es dramática, pero que no tiene nada que ver con la pandemia-, al capitalismo, al machismo…

Pandemias ha habido a lo largo de la historia, y mucho peores. Lo que es absolutamente novedoso en esta pandemia es su rápida expansión.

Lo que antes llegaba a Venecia y al cabo de un año llegaba a París, y otro año después llegaba a Londres, ahora se propaga en cuestión de horas. Esto sí que es nuevo.

Se queja en su último libro de que la respuesta de los políticos y representantes públicos ante esta pandemia ha sido muy lamentable. Y dice que echa en falta que nadie haya hecho un acto de humildad, que nadie haya reconocido públicamente que no sabía cómo enfrentarse a ella

Yo de niño ya había detectado que un buen profesor era aquel que ante ciertas preguntas nos decía: «¿Sabéis qué? No lo sé». Ese era un buen profesor, y yo esperaba que al menos algún político dijera: «Esto es tan nuevo que nos tiene desconcertados y no sabemos qué hacer».

Esto es lo que esperaba, pero en lugar de eso todos han actuado como si supieran muy bien lo que había que hacer mientras daban palos de ciego, un término español que me parece que no tiene traducción en otros idiomas.

Eso, dar palos de ciego, es lo que me parece que han hecho en general los políticos del mundo.

En su libro también afirma que «la reacción del mundo contra esta pandemia ha sido tardía, dubitativa, timorata, cobarde y cursi». ¿Por qué cursi?

Ha sido muy cursi. Durante un tiempo en España, al principio de la pandemia, hubo una reacción entusiasta de salir al balcón, tocar la guitarra y cantar «Resistiré».

Y claro, esto lo puedes pedir durante un mes, no lo puedes pedir durante más de un año. Y sobre todo no se lo puedes pedir a la gente joven. No podemos sacrificar una generación.

La gente joven ve la muerte muy lejos, mueren muy pocos jóvenes por covid-19 y tienen ganas de beber, de encontrarse, de divertirse, de follar y de hacer una vida más natural.

Yo tengo hijos de 16 años, y les hemos robado un año y pico de ver a sus amigos del colegio. Es que es algo tremendo.

Dice que salvar vidas puede ser lo más importante, pero que tal vez no sea lo único importante…

Así es. Ahora con la vacuna está cambiado muchísimo, pero en general con esta pandemia moría gente muy mayor.

Uno miraba las esquelas en los periódicos y veía gente de 90 años, gente que si no hubiera muerto de esto habría muerto de otra cosa.

No digo que esas muertes no sean importantes, lo son. Pero cerrar por ejemplo la fábrica más importante de automóviles de España es algo que no sólo afecta a sus miles de empleados, sino también a muchos talleres que fabrican parabrisas, cajas de cambio y demás accesorios del automóvil.

Eso es traumático y eso es algo que nos va a llevar a una miseria galopante, va a ser tremendo.

Su libro arranca contando un viaje al frente del Somme, en Francia, un lugar donde durante la Primera Guerra Mundial hubo un millón de muertos y donde varios monumentos funerarios recuerdan a esas víctimas. Como arquitecto, ¿cree que debería hacerse un monumento funerario por los caídos por el coronavirus?

Tenía ganas de llevar a mi familia a ver el Somme, un frente que se estableció entre París y Calais y donde morían 70.000 jóvenes en una mañana.

Es muy emocionante verlo, porque el paisaje aún está alterado por la explosión de los obuses y hay unos cementerios llenos de cruces o de lápidas. Y para los combatientes no encontrados hay unos memoriales; en concreto uno dedicado a 7.000 fallecidos cuyos cadáveres no fueron hallados, que es maravilloso.

Es de una época, de los años 20 del siglo XX, cuando la arquitectura aún sabía hacer monumentos.

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