mayo 3, 2024

La Naturaleza y el Covid-19

Por Catalino Rosas

Abogado y Economista

El virus SARS-CoV-2, Covid-19 o coronavirus es producto de selección natural 100% darwiniana; Según la prestigiada revista Science, un prominente grupo de científicos de Scripps Research y de las universidades de Tulane, Sydney, Edimburgo y Columbia llevaron a cabo el análisis del genoma de este virus y de otros virus relacionados, y descartaron cualquier especulación sobre un posible origen en laboratorio a través de ingeniería genética. Recordemos que apenas unas semanas después del brote del SARS-CoV-2 en Wuhan, China, y de su rápida transmisión entre humanos, científicos de ese país secuenciaron su material genético, información que se hizo pública y accesible a todo el mundo.
Los coronavirus constituyen una amplia familia de virus capaces de causar enfermedades en humanos, como el síndrome respiratorio agudo y severo (SARS) también surgido en China en el 2003, y el síndrome respiratorio del Medio Oriente (MERS) en Arabia Saudita en el 2012.
Los coronavirus tienen como armadura proteínas de espiga (spike proteins) que les permiten acoplarse a las células y perforarlas, por medio de un dispositivo receptor receptor binding domain (RBD), que es una especie de gancho con el cual abren (literalmente como abrelatas) las membranas celulares para introducirse en sus huéspedes.
Hay dos razones que descalifican cualquier hipótesis de origen en laboratorio del SARS-CoV-2. Una es que los ganchos RBD han evolucionado para identificar y atacar estructuras moleculares muy específicas en la parte externa de las membranas de las células humanas, con una precisión y eficacia que sólo es posible desarrollar a través de un proceso natural de selección y evolución. Otra es la propia estructura molecular del SARS-CoV-2, que difiere sustancialmente de la mayor parte de los coronavirus conocidos causantes de enfermedades en humanos. (Cualquiera que hubiera pretendido manufacturar un virus patógeno y altamente transmisible entre humanos tendría que haber utilizado como base alguna de esas estructuras moleculares). El SARS-CoV-2, sin embargo, tiene similitud con virus de algunas especies de animales silvestres como murciélagos y pangolines (un tipo de armadillo oriundo de África y Asia). La conclusión de los científicos es tajante: tanto el gancho (RBD) como la estructura molecular del SARS-CoV-2 aseguran un origen por selección natural.
La génesis del SARS-CoV-2 puede explicarse a través de dos posibles escenarios. En el primero, el virus habría evolucionado en un animal hospedero hasta adquirir su naturaleza patógena actual, para después saltar a los humanos. Ésta es la forma en que otros coronavirus conocidos —como los del SARS y del MERS— emergieron, habiéndolos adquirido los humanos a partir de la exposición inmediata a gatos de algalia o civetos, y camellos, respectivamente. Se estima que la reserva o repositorio de estos coronavirus se encuentra en murciélagos, aunque nunca se ha documentado una transmisión directa a humanos. En este caso, el gancho RBD y el carácter patógeno y transmisible del SARS-CoV-2, habrían llegado a su estado actual en los propios animales y antes de entrar al cuerpo humano. Por tanto, en este escenario, la pandemia habría emergido de manera súbita tan pronto como los humanos entraron en contacto o consumido a los animales silvestres involucrados. En el segundo escenario, el SARS-CoV-2 saltó de pangolines a civetos o hurones (que alojan coronavirus con dispositivos parecidos al gancho RBD) a humanos, en donde el implacable gancho RBD y su sofisticado anclaje celular habrían evolucionado patogénicamente.
Si el primer escenario es el real, es altamente probable que se repitan brotes de SARS-CoV-2 y/o de nuevas enfermedades similares. A menos que se combatan en forma eficaz el tráfico, comercio y consumo de especies silvestres.
Gran parte de las enfermedades transmisibles (75%) que afectan a la especie humana son de origen zoonótico, es decir, provienen de animales silvestres o domésticos, y se asocian con enfermedades infecciosas emergentes (EID, por sus siglas en inglés) que registran altas tasas de mortalidad. Tal es el caso del HIV-SIDA, el Ébola, el Nipah virus, Hantavirus, el SARS, MERS, la influenza H1N1, la influenza aviar H5N1, el Covid-19 y una amplia gama de otros tipos de influenzas. Estas últimas se asocian a virus relativamente simples con un genoma de una sola cadena de RNA (a diferencia del DNA que tiene dos cadenas) que les da una gran capacidad adaptativa y de mutación, y por tanto de potencial epidémico. Los virus responsables son huéspedes habituales en diferentes especies de animales silvestres, los cuales tienen o adquieren la capacidad de derramarse o saltar a las poblaciones humanas, para después propagarse en forma infecciosa. Todo esto ocurre como consecuencia de la deforestación, invasión de ambientes naturales, destrucción de ecosistemas, y tráfico, comercio, y consumo de animales silvestres. Particularmente, el coronavirus Covid-19 es producto de una compleja interacción entre aves, murciélagos y pangolines, que son capturados, comercializados y consumidos por seres humanos.
La deforestación reduce la cantidad de hábitat disponible para las especies silvestres. También modifica de manera profunda la estructura del medio ambiente; por ejemplo, cambiando las condiciones del suelo y del agua, así como microclimas, fragmentando ecosistemas en pequeños parches separados por tierras agrícolas y ganaderas y asentamientos humanos, y alterando patrones migratorios, lo que conduce a mayores contactos interespecies y transmisión de patógenos. La deforestación y la fragmentación de hábitat abaten considerablemente la diversidad genética en las poblaciones de diversos animales, lo que se traduce en una mayor vulnerabilidad inmunológica y susceptibilidad a nuevos agentes infecciosos. Por su parte, los efectos de borde (edge effects) en un mosaico de hábitats fragmentados y alterados, promueven la interacción entre patógenos, vectores y hospederos (animales portadores de virus). Adicionalmente, la modificación severa de los ambientes naturales, trastorna la distribución de microorganismos entre especies y poblaciones, creando nuevas condiciones para su incubación, reproducción y propagación.
La perturbación profunda de los ecosistemas destruye el equilibrio dinámico natural que existe entre animales hospederos y microorganismos potencialmente patógenos, y conduce con frecuencia a la difusión de cepas hacia nuevas especies. Altera igualmente la composición de especies hospederas y las relaciones ecológicas fundamentales con los microorganismos, y provoca la extinción local de especies depredadoras (por ejemplo, grandes felinos) que se encuentran en la parte más alta de la pirámide alimenticia. Esto incrementa la densidad de especies presa que pueden ser portadoras de ciertos virus potencialmente infecciosos para los humanos.
Por otro lado, la colonización humana, y la introducción de ganado y otras especies domésticas multiplica los contactos, la disponibilidad de intermediarios y las oportunidades de mutación para los patógenos. Esto se exacerba a través de la captura, cacería, manipulación, uso, explotación y consumo de animales silvestres y facilita la transmisión entre especies de nuevos patógenos con el potencial de impactar a la salud humana. El confinamiento hacinado y cruel de cerdos, vacas y pollos significa un verdadero caldo de cultivo para enfermedades zoonóticas, nutrido por un repositorio creciente de patógenos en animales silvestres, que se constituye en una nueva y amplia interfase biológica con los seres humanos.
Es obvio, por tanto, que la conservación de los ecosistemas naturales tiene un poderoso imperativo de salud pública. Es preciso parar ya la deforestación, y establecer prohibiciones tajantes y eficaces al comercio y consumo de animales silvestres.

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