abril 28, 2024

Mi testimonio de la intervención militar con olor a muerte y destrucción sobre Panamá

Por. Abdiel De León

El 19 y 20 de Diciembre de 1989, fueron los momentos más trágicos de la terrible intervención militar de Estados Unidos a Panamá.

Recuerdo que muchos días antes de esos acontecimientos, el país se sumía en una atmósfera extremadamente pesada y de mucha tensión. Los norteamericanos provocaron en distintos puntos a los miembros de las Fuerzas de Defensa FDDP (que había sido entrenada por los propios militares de USA). Durante esos días se difunden todos los días rumores, de que sus bases militares eran atacadas por supuestos desconocidos, (esto formó parte de la estrategia denominadas «Pulgas de Arenas»), trazadas en el plan de invasión «CUCHARA AZUL», planificada muchos meses antes, y que en última instancia fue  denominada «CAUSA JUSTA».

Para ese entonces existían dos formas de difusión clandestina de los miembros de la oposición política (Cruzada Civilista y Partidos criollos), que promueven acciones a favor de la estrategia estadounidense: Se transmitía desde Costa Rica, a través de una emisora llamada «Radio Impacto»; las situaciones que se registraban en Panamá que » la escuchaba y grababa todos los días (en onda corta ) para mantenerme informado y verificar la otra parte de lo que se vivía. Pero con mi conciencia «Crítica» aprendida en el Instituto Nacional, reciclaba las noticias y se las transmitía verbalmente a los vecinos, «tiempo después desde allá empezaron a formular constantemente una campaña promoviendo la intervención militar a nuestro país por el ejército extranjero estadounidense».


Pero cuando empecé a escuchar esa solicitud, me llené de indignación, como panameño consciente, la rechazaba y condenaba, «por el hecho de saber que existían malos ciudadanos que burlaban nuestro juramento ante «Dios y la Patria», que siempre hacíamos y hacemos desde que uno está en el colegio (todos los lunes) o lo que declamamos en poesía de nuestra nacionalidad.

Escuchar esos mensajes de poca vergüenza para enfrentar al régimen autoritario, y el entreguismo de esos grupos, fortaleció mi posición independiente y más apegada a la de las organizaciones populares (que era de pensamiento distinto).

El otro medio utilizado por estos opositores (anti-nacionales), con mucho respaldo económico, eran las emisiones que interrumpieron los programas locales de TV y radio incitando a apoyar una posible intervención norteamericana.

Sin embargo también era evidente que en los últimos día de la dictadura y antes de la invasión, se gestó la campaña psicológica y mediática tan fuerte, a tal punto que llegó a que muchos panameños rechazaban o odiaban ver nuestra propia enseña nacional tricolor, estigmatizando con el «norieguismo». Montaron una fuerte motivación contra quien portara una bandera panameña en la puerta de su residencia, ventana o en la solapa de su camisa, era señalados y calificados como persona adepta al gobierno dictatorial.

Por otro lado me impresionaba ver todos los días las «baterías antiaéreas» de las Fuerzas de Defensa de Panamá, colocadas en distintos puntos de la ciudad; en calle 50 área bancaria, la Cervecería Nacional (Vía Ricardo Joaquín Alfaro), otra en las oficinas centrales, del «Super 99», lugar que estaba extrañamente fortificada, como si se tratara de otro Cuartel Militar (ubicada en la vía que entra por la KELVIN de Río Abajo), otra se encontraba en San Miguelito, cerca de Villa Guadalupe, en una colina, entre la Vía Cincuentenario y la Avenida Domingo Díaz, una cerca del aeropuerto internacional de Tocumen y otra en el mismo Cuartel Central.

No obstante, el nerviosismo de los citadinos estalló el día 16 de diciembre de 1989, cuando en un confuso incidente murió de un disparo un soldado norteamericano vestido de civil, por los lados de la sede del Cuartel de las Fuerzas de Defensa en la avenida A, de El Chorrillo.

Aquel día, el caos se adueñó de los residentes en los barrios de El Chorrillo, Santa Ana, San Felipe y Calidonia; todos corrían para todos lados desconociendo que ocurría. (se creía que era la hora de la invasión).

Para esas fechas, percibí algo muy raro y extraño, ya que misteriosamente días posteriores al incidente «todas las baterías antiaéreas antes visibles, desaparecieron de aquellos lugares descritos anteriormente». En ese tiempo aún era estudiante de escuela secundaria y vinculado a organizaciones populares estudiantiles (una coordinadora estudiantil), recuerdo que el martes 19 de diciembre, muy preocupado por el ambiente, tuve la oportunidad, la valentía y el valor, con esa mística de «Aguilucho» me levanté sobre una mesa de la cafetería del Instituto Comercial Panamá (ICP) en horas del recreo del turno de la tarde, (que en ese instante se encontraba lleno de estudiantes y algunos profesores) …Junto a mi estaba mi inseparable amigo y compañero Basilio Rodríguez (quien había sido secuestrado, desaparecido y torturado por el régimen durante varios días en el Cuartel Central del ejército panameño; fui testigo cuando lo someten en una cabina de teléfono, le ponen una capucha negra en su cabeza y lo montan en un carro color celeste).

Todos en la cafetería me miraban con asombro y como «un loco», pero sin importar lo que murmuraban y dijeran Inicie un improvisado discurso, denunciando la actitud poco importa y entreguista de los partidos opositores y al mismo tiempo denunciaba la incesante represión en las calles contra quién cuestionara al gobierno; … Parado sobre la estructura del comedor, desde la ventana se veía pasar dos helicópteros de la FAP, lo que presagiaba el conflicto a gran escala, y lo pronto que veríamos la agresión violenta extranjera contra nuestro país que se veía sobre nosotros … Dije a gritos entonces, «que nos preparamos por la peligrosa intervención que dejaría destrucción y muerte en nuestra nación panameña».

DE VUELTA A CASA Y MUY TENSO

Yo vivía en calle 16, Santa Ana frente a Plaza Amador, en el edificio «El Arte de Barcelona» T1-23 ( señalado por el régimen como un foco de resistencia y sedición). Esa noche sentía una gran inquietud e intranquilidad mientras veía televisión buscando relajarme, daba vuelta en la sala, tenía que estudiar un examen para el día siguiente. A esa hora mi familia dormía, cuando de pronto a las 11:45 p.m. exactamente, escucho claramente un fuerte tiroteo, con largas rafagas de ametralladora junto a explosiones repetidas, esto en dirección posterior al Cerro Ancón, comienzo a cambiar la televisión y en SCN canal 8 (TV del Comando Sur), pasaba el cintillo clave «ECO»… «ECO» la señal de peligro y clave para familiares de los ‘Gringos».

Era el inicio la conflagración, Inmediatamente agarré unos binoculares que poseía, subí corriendo a la azotea del edificio donde residía y me sorprendió ver una gran cantidad de personas que corrían despavoridas desde El Chorrillo, con grandes tamugas y objetos, mujeres con niños en brazos, señoras mayores y hombres de distintas edades apresuraban los pasos gritando y hablando fuerte, …Ya se escuchaban disparos muy cerca en dirección al cuartel, también se escuchaban muchos gritos de dolor y personas llorando.

Inesperadamente al moverme a otro lugar de la azotea observó que se registra un apagón en todo El Chorrillo, los disparos eran más repetidos. Al dirigir la atención hacia el Cuartel Central con los binoculares que tenía a mano veo la sombra de tres helicópteros tipo «Black Hawk» a baja altura, cuando de pronto ví caer un chorro de balas sobre «el Instituto armado de las Fuerzas de Defensa»,  «Era algo surreal. Los chorros de balas parecían agua destilando del cielo, color plateado que caía como cascada, junto a un ruido ensordecedor; algo parecido al ruido de varias locomotoras que viajan a alta velocidad». De pronto entre el reflejo de la claridad y la oscuridad vi levantarse y caer un helicóptero pequeño, que no volví a ver más.

Entre las sombras y el relampagueo de disparos, el recorrido de las balas trazadoras y algunos bombazos, resultaban impresionantes.

El ruido de varios aviones a muy alta altura se sentía sobre el espacio aéreo por encima de los techos y edificios.

Estando solo en el momento, – impresionado me dije: «¡ Esto no puede estar pasando !».  Bajé al apartamento y encontré a la familia muy asustada y nerviosa. Recuerdo que mi madre gritó: ¡ Tenemos que irnos !. Inmediatamente riposte: ¡ Nadie se mueve de aquí !. (Pensé en ese momento que era más peligroso estar en las calles). Recuerdo que era real el peligro en el que nos encontrábamos en aquel apartamento expuestos a cualquier proyectil.

Pasado el tiempo que se hacía eterno, siendo la 1:00 A.M del miércoles 20, se reanuda el bombardeo en esa área, estremecía todo alrededor. Las bombas y disparos venían desde cinco aviones de destrucción Hércules C-130, que sobrevolaban la ciudad a gran altura, mientras que a la vez se registraba un fuerte traqueteo de disparos que de varias tanquetas en la avenida de los mártires, en el límite de El Chorrillo, y desde el Cerro Ancón eran escuchados.

A pesar del temor, decidí ir donde varios vecinos para debatir qué hacer. De pronto algo me impulsó ir hasta la planta baja del edificio. Allí me sorprendió ver a cerca de medio centenar de personas dentro del zaguán, la entrada y un espacio amplio entre y bajo la escalera. Esas personas estaba pálidas, muy sobre saltadas, asustadas, sus ropas estaban sucias, otros en pijamas y hasta en calzoncillos. Unos vomitaban, otros lloraban, pero todos solicitaban ayuda.

Inmediatamente subí y llamé a un vecino que me ayudó a distribuir agua con unos vasos desechables que tenía guardados, para aliviarlos un poco…

Luego me asomé hacia la calle, Venían caminando tres personas sin sueter, pero fuertemente armadas. Eran panameños que se percataron que repartíamos agua. Por eso me solicitaron también unos vasos con agua, y sin temor se los distribui, mientras sonaban disparos por los lados de Plaza Amador.

Estas personas desconocidas por mi, sin decir nada siguieron su marcha, perdiéndose al doblar calle 16 y calle B, hacia El Chorrillo.

Con los refugiados ya no podía hacer más nada quedando en la parte baja del edificio, les pedí mantenerse en calma. Regresé al apartamento. Me percaté que todas las televisoras de Panamá fueron encadenada al canal 8 de televisión SCN del Comando Sur, pero la voz que se escuchaba arengando para apoyar al ejército gringo me era conocida; se trataba del presentador de noticias y publicista Bosco Ricardo Vallarino.

Llegó entonces el bombardeo más fuerte. Ya se observaban desde los ventanales del apartamento dos incendios en el horizonte del barrio de El Chorrillo, uno de estos lo divisaba a un costado del cementerio Amador, calle B final y el Límite (luego me enteré que la imágen que sale en los videos como un hongo de fuego, fue la caída de una bomba en ese lugar, sobre unas casas de mampostería).

«Se disparó desde un avión experimental «Furtivo F-117 Night Hawk», que había fallado por 300 metros de su objetivo. El otro incendio se observaba hacia la calle 26 Chorrillo, en algunas casas de madera.

* II PARTE

LA NOCHE SE ALARGÓ INFINITAMENTE

Por. Abdiel De León

Esa noche y madrugada fueron los momentos más largos de mi vida, por estar como centinela y testigo de esta tragedia que vivía la Patria.

Al amanecer todavía se escuchaban esporádicos enfrentamientos y el repentino estallido de cohetes.

De pronto uno de estos impactó muy cerca de un edificio por la Iglesia de Santa Ana. Pedazos de escombros y piedras caían por todos lados, el susto y la confusión se apoderó de los vecinos en el edificio.

Saliendo el sol, mi papá que trabajaba como seguridad en la telefónica estatal INTEL, recibió una llamada a la casa para que fuera a su puesto de trabajo en el «Edificio Avesa», en vía España; Se aventuró y llegó caminando al punto, (todo fue una trampa). Estando con sus compañeros, los agarraron de sorpresa los soldados «gringos», los ultrajaron, los sometieron y tirados en el piso, con sus botas le pisaban sus cabezas apuntandoles con sus fusiles a gritos los insultaban y amenazaban con matarlos. Cuenta mi padre Fidencio que: «Nos gritaban vulgaridades. Otra de esas bestias pedían que nos mataran de inmediato, fue una fuerte y terrible experiencia».

Esa misma mañana a las 6:00, estando en la azotea fui testigo también de cómo inició el gran saqueo. Un homosexual abrió con un tuco de madera, la puerta del Supermercado el Rey de Plaza Amador, fue llegando la gente y así se fue generalizando, «como el efecto dominó»: tiendas, mueblerías, joyerías y almacenes, en toda la ciudad capital eran forzadas sus entradas.

Vi morir electrocutado en el «Super el Rey» a un muchacho joven, otra persona murió de un disparo mientras se peleaban la caja fuerte del super.

Mientras se producía esto, los tanques de guerra continuaban disparando constantemente con fuego de proyectiles contra el edificio «24 de Diciembre» (hoy quinto piso). Eran claros los disparos y trayectoria del fogonazo, se observaba cuando impactaron en las paredes de la estructura del edificio.

Momentos más tarde, mirando hacia el lado norte, desde la azotea donde vivía se observaba también a lo lejos el subir y bajar de los aviones de combate, que dejaban una estela de ruidos o tráqueteo. Se escuchaba cuando escupía el fuego de sus metrallas y la explosión de las bombas cuando caen sobre Tinajita, en San Miguelito y la vía Ricardo Joaquín Alfaro en el lugar donde existía un Almacén llamado ‘Lurias’, al igual que en el Supermercado ‘El Fuerte’ en la vía Simón Bolívar o Transístmica, entrada del Corregimiento de San Miguelito.

En tanto, se corrió la noticia de cómo se profanó el Instituto Nacional («símbolo de luchas sociales y la soberanía de nuestro país»). Un blindado «Hummer» disparó su cañón contra la fachada, destruyendo una de las puertas frontales, impactando una esquina de la secretaría general, donde dejó una cicatriz que duró allí por muchos años; el ‘Nido de Águilas’ fue utilizado como campamento militar por varias semanas.

La Universidad de Panamá también corrió la misma suerte, fue tomada y usada como lugar de concentración de sus soldados.

A las 2:00 p.m. de ese miércoles 20 de diciembre, mientras todavía los tanques y tanquetas disparaban contra el edificio 24 de diciembre. Dos helicópteros tipo» AH-64 Apache», suspendidos en el aire por unos 10 minutos, dispararon dos cohetes que salían como en cámara lenta y caían cerca del cuartel, las explosiones se confundía con el ruido de las hélices del vehículo aéreo.

Culminados los saqueos, la soldadesca tomó como base militar también el campo de juegos de Plaza Amador. Algunos jóvenes vecinos, incluyéndome a mí, que no aprobamos la barbarie que se vivía, procedemos a lanzarles botellas cada vez que realizaban los cambios de guardia.

POSTERIORMENTE

Luego de varios días de no ver a mi hermano Alexis, que se quedó en Arraiján, él nos contó que antes de llegar a nuestra casa fue interceptado por unos puertorriqueños gringos, que le gritaban barbaridades y lo acusaban de ser “batallonero”. Apuntándole con un arma en la cabeza lo amenazaban con matarlo, hasta que decidieron dejarlo tranquilo.

Pasado cuatro días después del ataque y enfrentamientos en la mañana de «Nochebuena», fuimos un grupo de vecinos a ver el desastre en el Chorrillo. Fue impresionante ver tanta destrucción, el olor a sangre y muerte se nos pegó en nuestras narices, y por eso permanecimos mudos por buen rato.

En el lugar pese a que el ejército de ocupación había recogido la mayoría de los cadáveres, fuimos testigos. Vimos más de ocho muertos, uno quemado en la puerta de una casa, otro a la orilla de una calle calcinado;  también otras dos personas dentro de un automóvil, retorcido y aplastados por los tanques de guerra, otros tres cuerpos partidos por la mitad convertidos en esqueletos, como si se les hubiese arrancado toda su piel, un gran autobús lleno de sangre y pedazos de vísceras en una calle cerca al cuartel.

Regresamos a nuestras casas muy tristes y deprimidos (pudimos tomar fotografías de cadáveres y lo terrible que quedo ese barrio).

Poco días después, por un periodista nos enteramos de cómo en la Avenida de los Mártires un autobús de la ruta Chorrera-Panamá fue baleado con muchos pasajeros (se habló de 10 víctimas fatales), también el testimonio que en la provincia de Colón cinco personas que viajaban a ver a sus familiares, fueron bajados de su vehículos, los acostaron en el suelo y fueron asesinados a sangre fría por miembros del Ejército Gringos, intentando borrar lo que hicieron quemaron la sangre de sus víctimas.

Analizando esta bárbara masacre, quiero destacar un hecho jamás mencionado en los medios o documentales: Ninguno de los altos mandos de la cúpula militar panameña dio la cara e hizo resistencia. En esos duros momentos, no estuvieron al frente de sus tropas, abandonandolos a su suerte. Además nunca se supo donde estuvieron (como si anticipadamente tenían conocimiento de lo que ocurriría), ninguno de ellos presentó heridas físicas.

Esta conflagración armada dejó una cifra mayor a las 600 personas que se pudieron contabilizar, se habla de un número mayor de hasta 3 mil personas, en su gran mayoría civiles.

Pasado el tiempo, muchos años después, una numerosa cantidad de familiares aún piden que se abran otras fosas comunes existentes.

«Y  yo como ser humano exijo se haga «JUSTICIA», para todos los afectados, las víctimas mortales, desaparecidos, (civiles o militares), ya que todos ellos son o fueron panameños, que vivían bajo una sola bandera.

Lo ocurrido nos lleva a reflexionar y concluir, condenando las políticas de EEUU en crear, adoptar, alimentar, armar y promover sus dictadores (monstruos), terroristas y mercenarios, que manejan según sus intereses egoístas, hegemónicos y destructivos. También hace falta revisar el tratado de Neutralidad Torrijos-Carter, que nos coloca permanentemente «Bajo el Paraguas defensivo del Pentágono», que puede hacer que se repita lo vivido cruelmente en nuestro país.

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